Cuando María se ofreció a Dios completamente, junto a Su Hijo en el Templo, ya participaba con Él de la dolorosa expiación a favor del género humano. Es, por tanto cierto, que Ella participó en las mismas profundidades de Su Alma con sus más amargos sufrimientos y con sus tormentos. Finalmente fue ante los ojos de María que se consumó el Divino Sacrificio, para el cual había dado a luz y criado a la Víctima.
Papa León XIII, Encíclica Jucunda semper, 8 de Septiembre de 1894